Recientemente, el Ministerio de Sanidad ha presentado después de doce años una nueva Estrategia En Salud Mental, que sustituye a la última de 2009, como una ‘hoja de ruta’. Este plan tendrá vigencia de 2022 a 2026.

La enfermedad mental, según el modelo biopsicosocial, se entiende como consecuencia de la interacción de factores de tres tipos: biológicos (genética), psicológicos (conductas, emociones, pensamientos…) y sociales (entorno, nivel social, nivel educativo…). Esta evidencia, científicamente contrastada, nos obliga a actuar en estos tres factores tanto para prevenir como para tratar la enfermedad.

Todos sufrimos a lo largo de la vida. La integración del sufrimiento, la forma en la que nos enfrentarnos a los problemas, el contexto en el que se desarrolla nuestra existencia, el apoyo social, el apoyo económico, la formación y la carga genética, determinara si desarrollamos en algún momento de nuestra vida una enfermedad mental o no. Por otro lado, hay que entender que los seres humanos podemos sufrir situaciones como pueden ser el estrés y el duelo, pero éstas forman parte de los procesos naturales de adaptación y deben diferenciarse de las patologías mentales.

Hipertrofiar diagnósticos y abordajes farmacológicos mutila la posibilidad de la cura y cercena la esencia humana, lo que nos ha permitido evolucionar como especie es buscar soluciones a la adversidad, va en nuestra naturaleza.

Sin embargo, en los últimos años hemos ido deslizándonos hacia la magnificación del factor biológico, tanto como explicación del diagnóstico (exceso o déficit de neurotransmisores) como tratamiento (fármacos). Este reduccionismo biologicista que convierte al ser humano en reacciones bioquímicas y secundariamente en un constructo diagnóstico, juega con la idea que todo podrá ser tratado con un fármaco, a pesar que las guías de práctica clínica aconsejan otra forma de enfocar los trastornos de ansiedad, del sueño o emocionales, señalando que «anestesiar» los síntomas en lugar de permitir al individuo afrontar lo que le ocurre, cronifica su problema.

España es el primer país del mundo en el índice de consumo por cada 1.000 habitantes de benzodiacepinas. El prototipo del consumidor de tranquilizantes, es una mujer, con cierta edad, estudios básicos y malas condiciones socioeconómicas. Es una mujer sola, triste, quizás maltratada a la que nadie escucha y a la que un fármaco ayuda a silenciar. Tras la pandemia, se habla más de salud mental de lo que se había hecho nunca. Ahora más que nunca, es absolutamente necesario poner la salud mental en primer plano, a nivel sanitario y social, pero sabiendo de qué estamos hablando cuando hablamos de salud mental.

En el momento social actual, más que nunca, se corre el peligro de que nos diagnostiquen a todos de enfermedad mental y requerir un tratamiento. Se habla en la calle, en los medios de comunicación, de la fatiga pandémica, que todos estamos mal tras la pandemia y se traduce en estar enfermos. Eso es un error.

No hay que perder de vista que los enfermos mentales graves han sido los más perjudicados por la pandemia porque no solo no han podido tener acceso a su rutina, a sus profesionales, a sus tratamientos, sino que no tenían las herramientas necesarias para entender lo que estaba pasando. A ellos debemos priorizar nuestros esfuerzos, sin titubeos, porque nos arriesgamos a que se vuelva a desplazar a los que más han sufrido y sufren, por un exceso de demanda generada por la presión social.

La idea generalizada de que la medicina puede solucionarlo todo, es una mentira interesada. El hecho de que los diagnósticos en psiquiatría y psicología son criterios no biológicos y por tanto fungibles e interpretables, unido a la demanda social de curación inmediata, sin sufrimiento puede conducir a medicalizar cualquier situación de la vida, convirtiéndonos en una sociedad de personas enfermas, medicadas y automedicadas.

Si se considera que los trastornos mentales crecerán debido al aumento de las circunstancias adversas, sería lógico actuar en estas circunstancias. Potenciar la autonomía personal vinculada a la integración social de las distintas realidades donde se ubica cada persona y tener buen capital social, ligado a la formación, es fundamental para desarrollar la capacidad mental que se pondrá en juego ante las adversidades de la vida. Desde la Izquierda hemos de intervenir en las asimetrías sociales que crean realidades que afectan sobre todo a los más más vulnerables.

Recientemente, el Ministerio de Sanidad ha presentado después de doce años una nueva Estrategia En Salud Mental, que sustituye a la última de 2009, como una ‘hoja de ruta’. Este plan tendrá vigencia de 2022 a 2026.

Esta estrategia se cimenta en 10 pilares: autonomía y derechos de los pacientes con atención centrada en la persona; promoción de la salud mental y prevención de sus problemas; prevención, detección precoz y atención a la conducta suicida; atención basada en el ámbito comunitario; un foco en la infancia y la adolescencia; atención e intervención familiar; coordinación interinstitucional; participación ciudadana; formación y, por último, investigación, innovación y conocimiento. Una de principales mejoras que aporta la estrategia, es la visión amplia de la salud mental, con prevención, detección precoz, atención basada en el ámbito comunitario, intervención familiar; coordinación interinstitucional y participación ciudadana.

Como ejemplo de esta visión integral la Ministra de Sanidad, Carolina Darias, ha defendido el valor de las alianzas entre el Ministerio de Sanidad, la FEMP y la Red Española de Ciudades Saludables (RECS) para alcanzar el objetivo primordial de promover, proteger y cuidar la salud de toda la ciudadanía y se incorporan fondos para el Plan de Acción de Salud Mental para la mejora del bienestar emocional.

Son iniciativas políticas comprometidas. Pero, es indispensable, necesario y un ejercicio de responsabilidad que el desarrollo de esta visión se vigile especialmente y muy de cerca dotando de recursos y sobre todo, en base a lo que ya sabemos del devenir de la psiquiatría en los últimos años. En los años 60 y 70 la corriente ideológica de la anti-psiquiatría, postulaba el origen social de la enfermedad mental ya que la ‘enfermedad mental’ no era considerada biológica, sino simbólica y cultural.

Tenemos la experiencia de lo que ya se hizo en la reforma psiquiátrica que se inició en nuestro país en los años 80, implantada por razones éticas y técnicas. Un proceso transformador que exigió de sensibilidad política y social. Esta reforma, cristalizada en la psiquiatría comunitaria, está muy amenazada por las tendencias privatizadoras del sistema sanitario y por la insuficiente conciencia colectiva. Y esto es si porque en el siglo XXI es la patología del individuo (ansiedad, depresión), la que sirve para nombrarlo (depresivo, bipolar) y la que bajo el impulso neoliberal y los valores líquidos de la sociedad posmoderna, acalla la conciencia social convirtiendo las incapacidades del sistema y de la protección social en una falla individual. De tal manera que se trata el sufrimiento colectivo como un producto individual metamorfoseando al individuo en enfermo y por tanto, susceptible de tratamiento y consumidor de fármacos.

La psiquiatría por su extrema dependencia de las políticas sociales y por su fragilidad técnica (fácilmente ideologizada) es muy vulnerable ante el poder político y mediático. Afianzar el modelo público y la perspectiva biopsicosocial, exigirá cambios normativos y estar continuamente vigilantes además de responsabilizarnos, desde lo público, de la formación de jóvenes y futuros profesionales.

Actualmente, tras la mayor crisis sociosanitaria de nuestra generación, tenemos la oportunidad y la responsabilidad, de enmendar errores del pasado. Precisamos ineludiblemente de políticas transversales donde estén implicados múltiples factores que mejoren la vida de las personas, dignificándola (vivienda, acceso al empleo remunerado, actividades comunitarias, deporte…).

Necesitamos políticas eficaces, sin mercantilizar los servicios públicos que garanticen la sostenibilidad de nuestro Estado de Bienestar, sin dejar a nadie atrás. Hay que apostar por tratamientos éticos, ecológicos y transversales con la vista puesta en la dimensión humana de las personas, atentos a sus necesidades, escuchando su voz, su relato. Solo así, conseguiremos una sociedad con capacidad de gestionar sus emociones y sufrimientos, capaz de atender las necesidades de la ciudadanía previniendo la enfermedad en lo posible y tras la enfermedad, prodigarle los cuidados que necesite de forma integral y trasversal. En definitiva, humanizar la salud mental.

MARÍA TERESA MAYANS VÁZQUEZ, SUBDELEGADA DEL GOBIERNO EN CANARIAS

Fuente: https://www.canarias7.es/sociedad/salud/mercantilizacion-salud-mental-20220904113228-nt.html